El Tratado de Maastricht estableció la Unión Europea, allanó el camino para el euro y creó la ciudadanía de la UE.

El Tratado de Maastricht se firmó el 7 de febrero de 1992 y tuvo un profundo impacto en la integración europea. La UE, tal como la conocemos hoy, debe su nombre y su naturaleza a un tratado nacido en una ciudad holandesa a orillas del Mosa.

En los años transcurridos desde la firma del tratado, la unión que ha surgido ha crecido en tamaño, alcance y capacidad.

La Unión Europea actual es una poderosa voz de apoyo a la paz y la justicia en todo el mundo. Alberga la segunda moneda más negociada del mundo y es el mayor bloque comercial del planeta. Al mismo tiempo, garantiza los derechos de casi 450 millones de ciudadanos de la UE.

Un paso clave hacia estos notables avances se dio en 1991, cuando los entonces 12 Estados miembros se reunieron en una cumbre europea en la ciudad holandesa de Maastricht, que en aquella época era más conocida por sus alfarerías.

Maastricht es la cuna de la Unión Europea: allí se negoció y firmó el tratado que lleva su nombre.

Cuando los líderes europeos se reunieron en Maastricht para ultimar el nuevo Tratado, cada uno puso sobre la mesa sus preocupaciones nacionales. Pero también eran conscientes de la necesidad de lograr un resultado satisfactorio, un resultado que dotara a Europa de las herramientas necesarias para forjar una nueva agenda.

El movimiento hacia la cooperación europea y una mayor integración, iniciado en los años cincuenta, se había frenado en los setenta, con las economías europeas afectadas por la inflación y el desempleo. Muchos se sintieron frustrados por la falta de progreso. Pero, a mediados de los ochenta, surgió un nuevo sentimiento de ambición y determinación para hacer avanzar el proyecto europeo. Un elemento clave fue la creación del mercado único europeo.

El mercado único trajo prosperidad y crecimiento. Una integración económica mucho más estrecha abrió la perspectiva de crear una unión monetaria con una moneda compartida.

Los debates sobre la unión monetaria y una mayor integración política se produjeron en un contexto de dramáticos acontecimientos en Europa.

Mijaíl Gorbachov llegó al poder en la URSS e introdujo dos nuevas palabras en el habla cotidiana: perestroika (reestructuración) y glasnost (apertura). Desde detrás del Telón de Acero, los movimientos disidentes y de protesta -como Solidaridad en Polonia o la manifestación de las Velas en Checoslovaquia- empezaron a concitar un mayor apoyo público. Con el cambio en Moscú y en Europa Central y Oriental, estaba claro que la estructura de poder estaba cambiando. Los alemanes que vivían en Alemania Oriental, bajo dominio comunista, exigían un acceso sin trabas a la democrática Alemania Occidental. En noviembre de 1989 cayó el Muro de Berlín, una división física en el corazón de Europa.

La caída del muro y el deseo alemán de reunificación plantearon interrogantes sobre el futuro de Europa. En sólo unos meses Alemania estaría reunificada, lo que suponía un gran logro político. Al mismo tiempo, se creaban otros vínculos, como la finalización del túnel bajo el Canal de la Mancha y la unión física del Reino Unido con el continente. Con estos cambios como telón de fondo y otras convulsiones más amplias en todo el mundo, los dirigentes de los 12 países de la Comunidad Europea se reunieron en Maastricht para responder a una pregunta sencilla pero trascendental: ¿Cuál era, en este mundo cambiante, el futuro papel de Europa?

La firma del nuevo Tratado fue un acontecimiento más bien discreto. Sin embargo, echando la vista atrás, podemos ver que muchos de los cambios que han dado forma a la UE en los años posteriores tienen su origen en aquella reunión.

Texto original del tratado

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